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iberia

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Quien se adapta, sobrevive.

Hablando, cavilando y reflexionando la gente llega siempre a una conclusión. En ella se esconde verdad y se desvela mentira, quizás sea al revés o ambas cosas a la vez. Se dice para intentar ocultar el miedo que en realidad sienten, tal vez temor a ser ellos o a que lo sean quienes les rodean. Pero, al fin y al cabo, la amistad, las palabras a una persona a la que se aprecia, nunca son del todo ciertas. Tememos hacer daño al otro e intentamos hacerle sentir mejor. A veces resulta inútil, pero otras funciona. A todos nos carcome el miedo a no ser queridos, pero siempre hay personas que no consiguen dominar esa angustia que, poco a poco, los va debilitando a ellos y a todo lo que les rodea. Debemos controlar. Enfrentar lo que nos frena, lo que nos impide avanzar en la tarea de crecer que, al igual que en la evolución, depende de la selección natural. Quien se adapta, sobrevive. Pero las personas sobrevivimos cada día. Sobrevivimos a un mundo injusto, a una sociedad en declive, a una humanidad desesperanzada en el progreso. Estamos desalentados, no creemos en las personas ni en el cambio. Tampoco en las buenas intenciones o en críticas constructivas. No escuchamos a quienes deberíamos y prestamos excesiva atención a quienes son capaces de desequilibrarnos a pesar de ser insignificantes y completamente prescindibles en nuestra vida. Somos idiotas. Idiotas perdidos. Todos, sin excepción. Demasiadas preocupaciones que nos cargamos en las espaldas para nada. Ni nos ayudan, ni nos ayudarán, ni nada harán. Sin embargo, seguimos igual. Debería resbalarnos todo. Sería más fácil. Pero se nos hace un imposible. Además, o te importa todo lo más mínimo o no, no hay un valor intermedio. O una cosa o la otra. No hay que ser mediocre. O eres el mejor o no eres nada. Esto va así.

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